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The Writer

Malas personas con buenos corazones

Actualizado: 2 dic

El bien y el mal como contructo social


"Huelga decir que el mundo no es ni bueno ni malo, que dista de ser el mejor o el peor, y que las ideas de bueno y de malo solo tienen sentido para el pensamiento humano, aunque ni siquiera en él resultan justificables dada la forma como se emplean".

Friedrich Nietzsche. (Humano, demasiado humano. [1878])



 

Ah, la lucha por la libertad, esa eterna batalla que nos encadena a sus alas, no solo contra el yugo de los opresores externos, sino también en los oscuros rincones de su propia conciencia. Nos obsesiona el juicio, el indagar no solo nuestras propias acciones, sino también las de aquellos que nos rodean. En esta introspección constante, nos topamos con uno de los dilemas más antiguos y profundos: el del bien y el mal.


Vivimos bajo la ilusión de que hemos alcanzado un estado de sofisticación en el que nada puede ya sorprendernos. ¡Qué trágica mentira! Seguimos debatiéndonos en la incertidumbre, cuestionándonos si lo que hacemos es realmente correcto. ¿Fue un error lo que soltaste en esa reunión de amigos, cuando todas las miradas parecían juzgarte como si fueras un hereje en pleno juicio moral? ¿O esa persona que conoces, que se hunde en lo ilícito para sostener a su familia, es digna de condena? Ahí está el dilema, la duda corrosiva: ¿podemos siquiera atrevernos a juzgar esas acciones como buenas o malas?


Pero vayamos al fondo de la duda, preguntémonos con toda honestidad: ¿qué es realmente el bien y el mal? ¿Por qué nos retuercen tanto estos conceptos? Es como si estuviéramos atados a ellos por cadenas invisibles, incapaces de escapar de su tiranía. Y, sin embargo, debemos enfrentarlos, porque en el acto de definirlos se encuentra nuestra humanidad, nuestro sentido de la justicia, aunque sea una justicia ciega y caprichosa.


El bien y el mal: constructos sociales, espejismos compartidos

Que ingenuos somos los seres humanos al creer que lo que llamamos "bueno" o "malo" existe como una verdad eterna e inmutable. Estos términos no son más que ecos, reflejos de una conciencia colectiva moldeada por el contexto social, cultural y temporal. Observen la historia: aquellos actos que hoy horrorizan nuestras sensibilidades, como el sacrificio humano o la esclavitud, fueron, en su momento, celebrados como virtuosos. ¿No es esto suficiente prueba de que el bien y el mal son maleables, tan frágiles como la memoria humana, tan cambiantes como el viento? Cada sociedad crea su propio espejo moral, adaptado a sus circunstancias, a sus necesidades. Y, sin embargo, seguimos aferrándonos a la fantasía de un bien y un mal universal.


Pero la cuestión se enreda aún más cuando introducimos la intención en el teatro de la moralidad. ¿Qué ocurre cuando una persona, guiada por las mejores intenciones, produce daño? ¿Acaso debemos sentenciarla como "mala" cuando su corazón era presuntamente bondadoso? Es aquí donde la moral tradicional se derrumba, incapaz de lidiar con la complejidad de la existencia humana. ¿Deberíamos medir a alguien solo por los resultados de sus acciones, o el contexto y la intención deben también ser parte del juicio?


El moralista común —ese guardián de una justicia simplista— te dirá que lo que importa son los hechos, los resultados. Pero, ¿no es esto una forma de brutalidad, un acto de ceguera? ¡El contexto lo es todo! La intención, esa chispa que impulsa nuestras decisiones, no puede ser ignorada, aunque el desenlace sea catastrófico. En este mundo imperfecto, donde el bien y el mal no son más que fantasmas creados por nuestras sociedades, juzgar sin considerar el cuadro completo es, en sí mismo, un acto de maldad.


El hombre que se adentra en lo ilícito para sostener a su familia, la persona que suelta una verdad incómoda en un momento inoportuno, todos ellos son reflejos de la complejidad humana. No podemos encasillar sus acciones en categorías rígidas de bien o mal. Debemos, en cambio, sumergirnos en el caos de la intención, en las profundidades del contexto, para encontrar una verdad que, tal vez, nunca llegue a ser absoluta, pero que al menos sea honesta en su incertidumbre.


Así, el bien y el mal no son más que ficciones convenientes, cuentos que nos contamos para dar sentido a un mundo que, en el fondo, no lo tiene. ¿Y acaso no es esa la mayor ironía? Mientras buscamos desesperadamente la justicia y la verdad, nos perdemos en un laberinto de constructos sociales que nosotros mismos hemos creado. Y, quizás, esa sea nuestra única redención: reconocer que, al final del día, somos los autores de nuestras propias ficciones morales.


El fin justifica los medios: una encrucijada ética

Uno de los debates más intrincados gira en torno a la relación entre los objetivos y las acciones que los acompañan. Nicolás Maquiavelo, en su célebre obra El príncipe, aboga por una perspectiva pragmática: si el resultado beneficia a la mayoría, entonces cualquier medio —por más cuestionable que sea— puede ser aceptado. En su visión, la política es un terreno donde el fin parece santificar los medios, donde la eficacia prevalece sobre la moralidad.

Sin embargo, este enfoque despierta el desdén de otros pensadores, como Immanuel Kant, quien, en Fundamentación de la metafísica de las costumbres, sostiene que las acciones deben estar guiadas por principios éticos universales. Para Kant, no importa cuán loables sean los resultados; la moralidad de una acción se encuentra en su motivación, en el deber de actuar según un principio ético. En su concepción, el bien no se puede condicionar a los resultados obtenidos, pues eso nos llevaría a una moralidad utilitaria que ignora la dignidad inherente de cada individuo.


La historia como testigo de la moral en conflicto

A lo largo de los siglos, hemos sido testigos de innumerables situaciones en las que se han perpetrado actos moralmente reprobables bajo la justificación de un "bien mayor". Durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, la experimentación médica no ética se defendió como un avance necesario para la ciencia, aunque a expensas de la humanidad. Este tipo de justificación plantea interrogantes cruciales: ¿realmente podemos sostener que el fin legitima los medios?


En tiempos más recientes, el uso de la tortura en interrogatorios se ha argumentado como una medida extrema para obtener información vital que podría salvar vidas. Sin embargo, para Kant y sus seguidores, tales actos son inherentemente inmorales, independientemente de las consecuencias que pudieran derivarse. Estas acciones representan una violación de principios éticos fundamentales, pues sacrificar la dignidad de un ser humano, aunque sea en nombre de la seguridad colectiva, no puede ser justificado.


En este contexto, la redención puede encontrarse en nuestra disposición a abrazar la incertidumbre. Reconocer que el bien y el mal son, en última instancia, ficciones que hemos construido, nos permite liberarnos de la tiranía de absolutos morales que a menudo nos atan. Tal vez nuestra tarea no sea encontrar respuestas definitivas, sino permitir que nuestras historias morales se entrelacen con la realidad del mundo que habitamos, creando un tejido más rico y diverso de entendimiento humano. Al aceptar la multiplicidad de perspectivas y la variabilidad de las circunstancias, podemos acercarnos a una ética más inclusiva y comprensiva, donde cada acción es evaluada no solo por sus resultados, sino por la intención que la guía y el contexto que la envuelve.


Así, el camino hacia una mayor comprensión moral se convierte en un viaje colectivo, donde la empatía y la reflexión son nuestras mejores aliadas. A medida que nos aventuramos en este territorio incierto, encontramos que, en lugar de caer en la desesperanza de la relatividad, podemos cultivar una ética que, aunque no sea absoluta, esté profundamente arraigada en nuestra capacidad de amar y comprender a los demás. En este sentido, al final del día, la verdadera justicia puede ser el reconocimiento de nuestra humanidad compartida, en la que cada historia, cada acción y cada intención importan en el gran relato de nuestra existencia.




Bibliografia

  • Kant, Immanuel. Fundamentación de la metafísica de las costumbres. [1785]. Editorial. [Incluye conceptos sobre la ética de la intención y la moralidad universal.]


  • Maquiavelo, Nicolás. El príncipe. [1532]. Editorial. [Obra fundamental sobre la relación entre fines y medios en política.]


  • Bentham, Jeremy. An Introduction to the Principles of Morals and Legislation. [1789]. Editorial. [Presenta el utilitarismo y la idea de que las acciones son moralmente correctas si maximizan el bienestar colectivo.]


  • Mill, John Stuart. Utilitarianism. [1863]. Editorial. [Refina la ética utilitarista, enfocándose en las consecuencias que promueven la felicidad y reducen el sufrimiento.]


  • Nussbaum, Martha. The Fragility of Goodness: Luck and Ethics in Greek Tragedy and Philosophy. Cambridge University Press, 1986. [Explora la complejidad de la moralidad y la influencia de las intenciones.]


  • Taylor, Charles. Sources of the Self: The Making of the Modern Identity. Harvard University Press, 1989. [Análisis sobre cómo los conceptos de identidad y moralidad han evolucionado.]


  • Foucault, Michel. The History of Sexuality, Volume 1: An Introduction. Vintage Books, 1990. [Reflexiona sobre la construcción social de la moralidad y el poder en las relaciones humanas.]


  • Hume, David. A Treatise of Human Nature. [1739]. Editorial. [Investiga la naturaleza humana y la moralidad, cuestionando la objetividad de los valores morales.]


  • Rachels, James. The Elements of Moral Philosophy. McGraw-Hill, 2003. [Introducción a las teorías éticas, incluyendo el utilitarismo y el deontologismo.]


  • Kamm, F. M. Creation and Destruction: A Philosophical Inquiry. Oxford University Press, 1993. [Analiza el dilema de la moralidad en relación a la intención y las consecuencias.]


  • Nietzsche, Friedrich. Humano, demasiado humano. [1878]. Editorial. [Reflexiona sobre la moralidad y los valores, cuestionando la objetividad de los conceptos de bien y mal.]


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